Estaba escuchando la canción Lose Control de Teddy Swims en la mañana, y mi mente se fue al 2020, cuando en medio de una pandemia me dividía entre dos lugares. Por un lado, la casa de mi mamá, donde estaba perfectamente cobijada por mis hijas, por ella, y por mi hermano. Y por otro, la casa de A, donde un árbol de jacarandas era testigo de todo lo que acontecía en su cuarto.
Me acuerdo perfecto que el día que llegué a su casa por primera vez, solo quería olerlo. Solo eso.
Lo conocía desde secundaria, pero no me acordaba de su olor. No me acordaba de cómo se sentía tenerlo de frente, y el día que lo volví a ver, afuera de su casa, nos miramos a los ojos, y nos reconocimos. Me abrazó con una fuerza tan grande que cada parte de mí sintió una electricidad vibrante. No sé ni cómo describirlo mejor que así: eléctrico, vibrante, mágico.
Supongo que él pensaba lo mismo, porque enseguida me empezó a oler el cuello, me dio besos en el cachete, y de repente nuestros labios se encontraron. Me quedé temblando. De verdad estaba temblando. Me invitó a pasar a su casa. Le dije que no.
—¿Por qué no? —me preguntó.
—Solo venía a olerte. A saber lo que se sentía tenerte de frente. Es todo.
Me subí al coche. Pasé una cuadra. Me detuve. No sabía qué hacer. Estaba en shock, temblando, con la respiración agitada. No podía parar de reír. Le hablé a Jimena, mi amiga, y le conté lo que había pasado.
Le dije que no iba a volver. Por supuesto que volví.
…Problem is, when I’m with you, I’m an addict. And I need some relief, my skin in your teeth…
Desde el principio me lo dijo y yo acepté: “me voy a ir a estudiar a otro país. Solo tengo dos meses aquí, pero quiero vivirlos plenamente contigo.” Claro, no contaba con que se alargarían hasta volverse ocho… ni con que yo iba a caer perdidamente enamorada de él.
Y justo escuchando Lose Control, me acuerdo de las veces que perdíamos el control después de una copa de vino y una buena plática.
Nos gustaba hablar mucho.
Ese era nuestro ritual de seducción antes de caer en la cama y hacernos uno.
La primera vez que me di cuenta de que no solo estábamos teniendo sexo fue cuando abrí los ojos y vi los suyos penetrando los míos. No sé qué tanta censura deba tener este texto, pero creo que todos deberíamos vivir una historia así de fuerte. Así de intensa.
Porque aunque él me advirtió del tiempo, fuimos valientes.
Nos elegimos en esos momentos; decidimos vivir el hoy y disfrutar cada instante.
Sí, en principio solo era sexo, pero todo fue evolucionando hasta que un día, le dije que no podía volver a hacerlo con él con los ojos abiertos:
—Es que tú me coges el alma.
Su respuesta fue:
—Claro, Mariana. Te amo.
Ese día me sentí la mujer más afortunada del mundo, porque no solo esos momentos de sexo se convirtieron en amor, sino porque sentí que lo tenía todo.
Sabía que iba a caducar y aún así lo viví.
Sí, a veces recuerdo esos momentos en los que nos volvíamos uno, pero también sé que forman parte de un cuento.
Yo pensé que era mi libro, y no. Muy probablemente ese libro se concrete con muchas historias desbordadas en pasión e intensidad.
Esa es la magia de vivir el hoy; de vivir cada momento como si fuera el último.
De recordar lo que fuiste.
Porque esos momentos te recuerdan el fuego que puede encender tu alma.
Y estoy muy consciente de que es algo del pasado, ahí lo quiero dejar. No me mueve más que en el recuerdo, en ese baúl de tesoros que me llenan de vida y de aprendizajes que, eventualmente, me van a guiar para encontrar nuevas historias. No regidas por lo que pasamos, sino para mejorar, para elegir mejor.
Y entonces sí, no regresar.
No menos, Mariana.
Eres muy valiente. 🌿



Deja un comentario