Después de más de tres años de no saber nada de aquella persona que se fue a Praga a estudiar Cine, hoy decidió que sería un buen día para llamarme.
Sí, me llamó Alejandro.
—Hola, ¿puedo llamarte cinco minutos?
—Hola, Alejandro, sí.
Y entonces, sonó el celular y contesté para encontrarme con la misma voz que me sedujo y me repitió durante un año entero lo mucho que me amaba, lo importante que era para él. Pero esta vez no venía con promesas, sino con una confesión:
“Quiero que sepas que el tiempo que estuvimos juntos fue una mentira. Fui una mala persona porque te mentí, estuve con alguien más y nunca te lo dije. Hoy estoy casado y he entendido muchas cosas, y quiero pedirte perdón por todo lo que te hice pensar. Acababa de salir de una relación y estaba muy confundido; erróneamente leí un libro que me hizo pensar que podía estar con dos personas al mismo tiempo. No pensé en nadie más que en mí”.
Me quedé en shock. Y se lo dije.
Él continuó: “Sé que no esperabas escuchar esto, pero necesitaba decírtelo”.
Yo solo alcancé a preguntar: ¿por qué jugaste así?
Repitió: “estaba confundido”.
Y colgamos.
No sé cómo me siento. Después de tanto tiempo sin hablar, no puedo evitar pensar que fui una idiota idolatrando a alguien que me hizo creer que solo estaba para mí. Y aunque en el fondo alguna vez intuí lo que pasaba, me aferré a creer que cuando me decía “te amo”, lo decía en serio.
Alguna vez incluso quise escribir un libro con nuestra historia. Y mira, aunque ahora sé que todo fue una mentira, no me arrepiento de nada. Porque al final, incluso hoy, me dio una historia para contar.
Un rato después le escribí. Le dije que no entendía por qué, después de tantos años, había decidido decírmelo. Le pedí que no lo volviera a hacer, porque jugar con el corazón de las personas es cruel, y en mi caso, yo se lo di completo y sin pensarlo. También le pedí que no me vuelva a buscar.
No es la infidelidad lo que me duele. Es la mentira. El egoísmo. La sensación de que todo lo que viví estuvo solo en mi cabeza. Pero tampoco es el fin del mundo.
Curiosamente, justo hoy había hablado de él: “un conocido dio clases ahí y se fue del país porque ganó una beca”, conté como quien recuerda un dato suelto.
Y entonces apareció, con su voz y su confesión.
Esta vez, sin embargo, no me dolió como antes. Sentí tristeza, sí. La reconozco y la acepto. Pero duele distinto: duele desde un lugar más sabio. Y está bien, como todo, va a pasar.


Deja un comentario