Después de un día agotador entre trenes y trasbordos con maletas arrastradas, llegué a Sorrento. Tres horas de Florencia a Nápoles, hora y media más hasta aquí. El cuerpo cansado, la mente saturada. Y, sin embargo, lo que encontré fue un día distinto; una emoción nueva. Como si la vida me tuviera que recordar que cada lugar tiene su magia.

Dejar Florencia me dolió. Fue un cierre tan perfecto que me parecía injusto despedirme. Me había prometido un paseo en bicicleta, más viñedos, ejercicio. Pero el último día terminé eligiendo perderme en sus calles, dejarme llenar por su gente, su historia, su arte. Y en esa rendición encontré lo inesperado, la ciudad se entregó a mí entera, y yo… yo le hice el amor.

En la última noche conocí a alguien de mi edad, cenamos y luego fuimos a un bar muy recomendable llamado “Volumen”. Conversamos largamente con la claridad que a veces se alcanza sólo de madrugada, y esa conversación me hizo sentir afortunada por haber elegido quedarme, por haberlo conocido; por todo lo que he construido y, sobre todo, por saber cuál es mi propósito de vida. Saberlo me sostiene, me guía, me exige crecer cada día. Lorenzo me agradeció por haberle recordado el suyo.

Hoy, fue muy diferente. Llegué cansada a Sorrento porque trabajé en el trayecto en lugar de descansar, y cuando me instalé en el hotel lo primero que hice fue salir a caminar sin rumbo. Me perdí entre las calles estrechas hasta dar con una galería donde un Fiat 500 descapotable color naranja me invitó a descubrir la magia de las fotografías de un tal Raffaele Celentano, persona que, hasta hoy, después de googlearlo, descubrí que es fotógrafo de Vogue Italia.

Había un hombre en la sala concentrado, lo saludé; él levantó la vista y me respondió con amabilidad. Le pregunté si él era Raffaele, y con mucha curiosidad en su rostro, afirmó. Me invitó un Aperol Spritz… (tranquilos, lo preparó frente a mí) y después de decirme que él no siempre está ahí, sino que la encargada de la galería enfermó:

“Tal vez nos teníamos que conocer”, dijo.

Me contó que su inspiración es captar la magia en los detalles cotidianos, en la gente, en las calles, en la luz de Capri y Sorrento. Su nuevo proyecto me fascinó: un libro de mujeres retratadas como sirenas, inspiradas en la Odisea. La fotografía como legado y como forma de habitar el mundo con más asombro.

Platicamos un buen rato, no en profundidad, pero sí con ligereza, esa que permite ver a la otra persona tal como es. Lo que me regaló esa tarde fue un recordatorio… todo está bien, todo pasa por algo.

Más tarde entré a una iglesia y di gracias. Gracias por todo lo que he vivido estos días, por lo que me sostiene y lo que me desarma.  El cansancio, la desconexión, la incertidumbre, también forman parte del viaje. Reconocerlo ya es empezar a regresar.

Hoy cierro con pasta y vino. Con un atardecer divino y con la voz de una cantante que me recuerda noches maravillosas con la música de Amy Whinehouse; además de la lección de que incluso los días cansados pueden ser mágicos, si se viven con ojos abiertos.

Gracias por eso.

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