A veces, lo único que necesitamos para levantarnos, es una buena conversación.
El domingo, después de un buen tiempo, volví a ver a mi tía Elena.
Ella tiene 93 años y es mi tía abuela porque fue hermana de mi abuelita materna. La verdad es que siempre fuimos muy unidos. Cuando éramos pequeños íbamos mucho a su casa, y nos encantaba porque pasábamos horas jugando.
Mi tía era una anfitriona maravillosa; siempre nos recibía con comida deliciosa, con pasteles hechos por ella misma, hasta hoy, los más ricos que he comido. Lo más bonito era que pasábamos tiempo con toda la familia, y yo, sobre todo, con mi prima Jarumi, quien sigue siendo mi adoración.
Fue el cumpleaños número uno del hijo de mi prima, Élian (con acento en la E). Lo festejó en un parque hermoso que nunca había visitado. Al acercarnos, me sorprendí al ver una silla de ruedas; no alcancé a ver la cara de la persona que estaba sentada en ella, pero al poco tiempo me di cuenta de que esa persona era mi tía.
Cada vez que me acercaba, la veía ahí, quieta, observando todo. Cuando llegamos, Sofi, Tami y yo sentimos una vibra muy hermosa. Saludamos a todos y, cuando por fin llegué a ella, quedé en shock. Me miró y me dijo:
—¿Y tú quién eres?
—Soy Mariana.
—Ah, claro, la hija de July. Ay, mi hijita, cómo te has acabado.
Me reí mucho. La verdad es que no me lo quise tomar personal, porque mi tía siempre ha sido así: una persona muy cruda, con mucho amor, muchísimo amor. También tiene un humor un poco negro y una honestidad que, si no la conocieras bien, claro que podría doler. No fue mi caso. La abracé con mucho cariño y me dieron ganas de quedarme a hablar con ella, aunque en ese momento no lo hice.
Fui con Jarumi y estuve con ella un rato. Más tarde, mi tía me llamó y empezamos a platicar. Me dijo que ya estaba muy grande, que podía caminar cada vez menos, y que si iba a algún lugar como ese parque tan hermoso, tendría que hacerlo en silla de ruedas. Casi no escucha y se desespera un poco, así que prefirió ser ella la que hablara y empezó a contarme todo sobre sus achaques.
Pero entre más hablábamos y fluía la conversación, dejó de hablar de sus limitaciones para hablar de su vida. Le conté que hace un mes había estado en Roma, en el Vaticano, y que me había acordado de ella porque sabía que había ido dos veces. Entonces me relató, con una lucidez impresionante, que en efecto había estado dos veces en el Vaticano, y también en otros países maravillosos.
Me habló de los muchos viajes que ha hecho, de la importancia que para ella ha tenido construir sus propios negocios y hacerse de propiedades, porque eso, me dijo con orgullo, es lo que le permitió viajar tanto aún sin haber estudiado, y, hoy, le permite estar bien, sin pedirle dinero a nadie.
Mientras la escuchaba, me impresionaba la vitalidad con la que recordaba cada detalle. Me dieron unas ganas infinitas de salir corriendo a viajar otra vez. Bueno… eso es broma, o tal vez no. Me di cuenta de lo importante que es vivir la vida como a uno le gusta vivirla.
—Quiero viajar otra vez —me dijo—, aunque no sé si regresar. Ya estoy muy grande.
Luego añadió riendo que la señora que la ayuda con el aseo le dijo que si se quería ir, ella la acompañaba, que la tendría “de arriba abajo”.
—¿Y por qué no lo haces, tía? —le pregunté.
Creo que le dejé una semilla. Me miró y me dijo:
—Tienes razón, pero es que ya estoy grande —repitió.
—Tía, no pierdes absolutamente nada. Y es tu única vida —le contesté.
Al final, se rió y dijo:
—Claro, igual hasta me consigo un chamaco.
Me dio mucha vida verla; esa plática me llenó el alma.
Y aunque me dijera que estoy acabada, tal vez lo que necesitaba era un mensaje de la vida, recordándome lo mucho que importa poner nuestros ideales al frente de lo que queremos lograr, y así, cumplirlo.
Lo que más me gustó fue que, por un momento, se le olvidó todo lo que al principio la acomplejaba por su edad. Después me dijo que se iba a acostar en una cobijita. La acompañé, y la verdad es que ni siquiera necesitó ayuda. Se paró sola y caminó… casi corrió.
Eso pone en duda lo que decía sobre lo mucho que le cuesta caminar.
Quizá esta última plática la impulsó a levantarse y caminar hacia donde ella quería ir.
Prefiero quedarme con esa idea …y dejar que siga caminando.



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