Hace unos días regresé al escenario. Bueno, más que un escenario, el estrado donde presento a manera de conferencia frente diferentes audiencias, pero me gusta decirle así, porque… ya sabes, siempre quise ser actriz.
Meses atrás tuve una de mis peores presentaciones; y no sé si es porque fue a nivel piso y no había escenario (bromeo), o porque soy una tremenda juiciosa de mí misma y, aunque no estuvo tan mal, mi nivel de exigencia personal, más el sonido latente de mi corazón y mis piernas cascabeleantes, hacen eco en mi cabeza.
Y no creo que esa voz haya sido mala, al contrario, gracias a ese momento fugaz, me prometí que haría lo posible para que no me sucediera de nuevo; pero, siendo sincera, siempre digo lo mismo.
Esta vez sería diferente: hice un plan.
- Ordené mis ideas
- Prioricé objetivos
- Conté una historia que me inspirara comenzando por una anécdota personal
- Le dediqué tiempo a mi presentación
Tiempo…
Cuando regresé de Italia, me di cuenta que el tiempo es oro. En un día, me daba tiempo de conocer muchísimos lugares, personas, escribir historias que quedaran en mi memoria para siempre. ¿Por qué se debería quedar ahí? Todo lo que nos importa, estemos donde estemos, merece tiempo, cariño y esfuerzo.
En fin… subí al escenario también con un plan:
- Desayunar ligero
- Tomar té en vez de café
- Respirar profundo
- Hacerlo chingón
Y así fue, esta vez lo hice chingón; conté una historia propia. Hice de una vivencia maravillosa, un ejemplo para la empresa en la que trabajo y me sentí en mi elemento. Libre, volando.
Estoy orgullosa de mí y de este logro, porque, justo antes de salir, recordé que cuando bailaba en teatros, me sentía libre. Así lo hice, así me sentí. Encontré mi voz una vez más.






Deja un comentario