Hace algunos años murió el papá de una amiga; la noticia fue dura, aunque no era mi duelo. No era mi dolor, pero algo en mí se quebró porque sé lo que él significaba para ella. Porque cuando amas a alguien de verdad, también te duele su pérdida… aunque no sea la tuya.

No comparo lo que ella sintió con lo que yo sentí. No puedo y no debo, pero desde entonces, la muerte me ronda con más insistencia, no como amenaza, sino como esa sombra que no se despega, incluso en los días de sol.

Tal vez empezó antes. Tal vez viene del duelo que nunca viví cuando murió mi abuelita. No pude con ese dolor. Me abrumó. Me sentí culpable por un sueño que tuve, por no haberla acompañado de otra forma, pero cuando algo duele tanto, una hace lo que puede. Yo construí un muro.

Después vino la pandemia, y con ella, la distancia de mi papá.
No lo he vuelto a ver. Y no sabes las veces que he pensado si todavía está vivo. Me repito que no debo pensar en eso, pero no hay forma de evitarlo cuando el cuerpo lo siente primero: ese nudo, esa punzada, esa tristeza sin permiso.

Hace poco fui al psicólogo y salió algo tan simple y tan fuerte como esto: me cuesta trabajo reconocer mis emociones.
Parece frase de libro de autoayuda, pero cuando lo dije en voz alta, se me vino el mundo encima:
¿Será por eso que me he vuelto tan buena en evitar?
¿Será por eso que siempre quiero construir barreras, muros, fortalezas de acero, que nadie cruce ni toque?

A veces me siento muy mal, no sé cómo estar para los demás.
Después de que murió el papá de mi amiga, murió la mamá de otra. Estuve con ella durante la enfermedad. Pero no estuve cuando falleció. No pude.


Intenté buscarla, pero no me contestó. Y en lugar de insistir, me alejé. Después supe que estaba embarazada.
Quise acercarme… pero no lo hice. El miedo me paralizó.
Miedo a su enojo. A su silencio.

Supe que su hija nació, hermosa. Y después de muchos meses, pasó algo inesperado: ella me escribió primero.
Me dijo que había soñado conmigo. En el sueño, yo le quitaba una araña de la cabeza.

Le pregunté si podíamos vernos. Me dijo que sí.
Y entonces entendí que, en realidad, la araña me la había quitado ella a mí.

Ha pasado una semana desde ese reencuentro , y hoy, en esta agenda en la que tengo que hacer espacio para sentir —porque sí, hasta eso tengo que agendar—, me doy permiso de escribir, de vaciar todo esto que a veces me pesa, de vulnerarme un poco y compartir por medio de las palabras, lo que tengo dentro.


…De recordar que todos, todos los días, morimos y nacemos un poco.

La vida es corta, pero hay una vida más larga que esa: la que te dan las personas cuando decides disfrutarlas, cuando te enfrentas al miedo de sentir y eliges quedarte.

Esa vida —la que construimos con otros, la que sostenemos con palabras, abrazos y valentía— puede durar más que cualquier otra cosa. Incluso más que lo que significa morir.

Una respuesta a “La araña, el miedo y el permiso de sentir”

  1. Avatar de Humberto Nava

    Eres una guerrera, mi Mami se fue en 2020 y mi Papá 9 meses después y también no lo vi, me hiciste ver muchas cosas con tu escrito, gracias por compartir 🙏🏼

    Le gusta a 1 persona

Deja un comentario

Soy Sara

Me encanta escribir para ti.

Let’s connect